Erase una vez un pensador (Parte 1, al parecer)

Alguna vez un pensador, que por la palabra que lo nombra, su mayor placer en la vida era el pensar, que sin embargo no era su ambición el llegar a un lugar, sino simplemente entender, y que evidentemente dedicaba la mayor parte de sus días a su pasión hasta el punto de que se le reconocía por ese maravilloso hábito en el pueblo, se encontró en la poco común situación de encontrarse con una persona afín. Pero para poder entender el por qué le resultaba tan fuera de lo usual el encontrarse con otra persona que gustara del pensar las cosas hay que conocer la historia.
Este pensador había crecido a pesar de todo, como la mala hierba que aparece en el jardín y que no hay filo que la corte de manera definitiva ni pesticida que logre amainar su desarrollo, se educó (efectivamente por su cuenta con poca ayuda de sus mentores) y creció para adoptar un peculiar estilo de vida, que evidentemente le era funcional, pues sobrevive, sin embargo tenía perplejos al resto de los habitantes. Durante algún tiempo fue socialmente aislado, después la gente se dio cuenta que en realidad no era locura esa actitud tan ensimismada e introvertida, simplemente gustaba de pensar y su opinión y visión era diferente de la de los demás, a final de cuentas no era dañino para nadie así que lo toleraban.
Había pasado la mayor parte de su vida en solitario, en más de una ocasión había recibido una cara de desconcierto que sobrepasa lo anonadado al tratar de disertar u obtener siquiera una opinión al respecto de cualquier temática por más fútil que sea, así pues, el mismo se fue privando poco a poco de la interacción con los demás, no por sentirse un ser superior, sino simplemente por no poder ponerse en contexto para tener una conversación fructífera sin importar lo banal del tema. Así, sentado con la vista en el horizonte, observando detenidamente a los demás, los objetos y animales, las conductas, las platicas, pensando en cómo, por qué, cuando, para qué y formulando pregunta tras pregunta e intentando responder, buscando incluso soluciones a problemas que aún no existen, problemas de soluciones que aún no son dadas.
Regresemos entonces a este punto de la historia en que se marca la diferencia del devenir de los días del pensador, ese encuentro con otra mente pensante con procesos mentales similares a los suyos, aunque con intereses ligeramente diferentes pero evidentemente con mucho en común.
Ante una situación nueva y desconocida, en la cual no sabía cómo reaccionar o cual era la forma correcta de proceder se dedicó, simplemente, a hacer lo que mejor sabía hacer. Así pues pasaba las tardes pensando en lo que debería hacer, pues nunca antes había pensado en la interacción con un par, por lo menos no desde hacía mucho.
¿Pero de donde había salido esta mujer? ¿Por que sus comentarios y el platicar con ella le daba esa sensación de pertenencia, casi como si le leyeran la mente? Eran preguntas que por más que las pensara y analizara no lograba resolver, pero en realidad el encontrar la solución no era un tormento, pues disfrutaba mucho de la compañía y de la plática. Las cosas se habían dado de forma tan natural, como el río que corre y ni siquiera sabe por qué, ella simplemente llegó un día junto a él, le pregunto con una sonrisa en que pensaba y continuó con un "yo siempre he pensado que..."
Las pláticas eran tan amenas como diversos los temas, eran aguerridas discusiones con amistosos acuerdos, finalmente encontraban un punto en común y entendían y respetaban el punto de vista del otro. Del intelecto surgió la amistad, de la compañía y la compatibilidad poco a poco fue surgiendo una relación más compleja, en esencia siempre habían tenido relaciones sexuales (morbo aparte, y si, elegí a propósito esa palabra para hacer notar que relaciones sexuales no se refiere exclusivamente al coito, sino que incluye aquella interacción entre personas que poseen un sexo, ya sea el mismo o diferente), pero esas relaciones que sostenían, en ocasiones cortas, en ocasiones largas estaban haciendo crecer un sentimiento.
El sentimiento era en común, pero evitaban que fuese parte de sus conversaciones, al parecer entre tanta mente y tanto pensar preferían sentir todo y entenderlo todo excepto a lo que sucedía entre los dos.
En los momentos en que nuestro pensador se encontraba a solas se dedicaba a repasar el día, le resultaba agradable recordar lo sucedido, los avances en conocimiento, la consciencia de opiniones nuevas y puntos de vista diferentes, sus labios y sus ideas, la prosa que lograba en sus oraciones con su lindo andar. Se descubría a si mismo apreciando su físico pero alabando su intelecto. Y después de varias semanas de darle vueltas al asunto llegó a la conclusión que su mente se estaba enamorando, y en respuesta al dominio de la mente, su corazón (en forma estrictamente figurativa) estaba sintiendo esos sentimientos y no encontraba forma de expresarlos. No era por falta de oportunidad, o por no encontrar las palabras correctas, en realidad era por temor a romper ese delicado vínculo entre ambos, por no perder esa mente tan especial.
Pero aunque tuviera ya el valor y sus ideas en orden, como se dirigiría a ella? por que después de todo ese tiempo y tanto platicar y preguntar, había algo tan simple que había olvidado preguntarle: Su nombre. No sabía su nombre! había quedado tan deslumbrado por su forma de pensar y actuar que no se molestó siquiera en conocer su nombre.
Eso fué lo primero que hizo, su plan era infalible, preguntaría su nombre, indagaría más sobre ella, poco a poco, entre disertaciones, sutilmente, conocerla por completo y después indagar sobre los sentimientos, sus sentimientos para asegurarse que ella sentía lo mismo, aunque no se lo dijera como tal, simplemente un indicio, una pista, y después revelaría sus sentimientos hacia ella y dejaría que la magia sucediera. Sin importar el tiempo que le tomara, lo haría tan despacio, tan sigiloso como el paso de la tortuga.
Así pues al día siguiente comenzó la disertación del día con un casual: Te haz preguntado alguna vez que pasó por la mente de tus padres al elegir tu nombre? si deseaban que fuese una inspiración para ti? o si significaba algo especial únicamente para ellos? o si acaso solo fue una casualidad o lo eligieron por que la fonética de las silabas una tras de otra les parecía armoniosa?, por ejemplo, con tu nombre, cual es? por que crees que te lo dieron?.
Ella simplemente respondió:
-Hace mucho que no digo mi propio nombre, todos me llaman por otro que no es el que mis padres me dieron.
-Y cual es ese nuevo nombre por el que te reconocen? indagó el pensador.
-Uno de ellos es Ursae.
-Que bello nombre, no se cual haya sido tu nombre anterior, pero creo que este te queda.

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